miércoles, 28 de enero de 2009

VIDA DE POETA



Maiakovski caminaba por las calles de Moscú en invierno, bajo la nieve, acompañado de unos amigos. Nevaba. Los cigarrillos rusos tienen un filtro muy largo, para que puedan ser fumados con los guantes puestos. Sus amigos caminaban con las manos enguantadas metidas en los bolsillos del sobretodo. 
Maiakovski era el último, no porque con sus pasos de gigante no fuese capaz de alcanzarlos, sino porque cada tanto se detenía, se arrancaba un guante, que le quedaba colgando de los dientes, y sosteniendo en una mano el cigarrillo y la lapicera y en la otra una libreta negra, tomaba nota de algunas rimas. 
Un poco más adelante tenía otra ocurrencia, y entonces el ritual volvía a repetirse: dientes, guantes, lapicera, libreta. Al llegar a destino, una casa de las afueras de Moscú calentada a escasa leña, Maiakovski, callado, después de quitarse los guantes tomó los recaudos para hacerse de la mejor silla. 
La acercó a la cocina, se quitó los zapatos, metió los pies en el horno encendido, y, libreta en mano, escribió un poema con las rimas que poco antes había anotado. Y el poema decía: "Esto,/ que tengo en las manos,/ esto, mirad:/ ¡No es una lira!/ Destrozado y arrepentido,/ arranco mi corazón,/ arranco mi aorta."
Del blog "Wimbledon"

No hay comentarios: